lunes, 12 de octubre de 2009

GRANDES FOTOGRAFÍAS EN LA HISTORIA

Todas las grandes fotos de la historia tienen que ver con la tragedia. Pareciera que los rostros felices estuvieran condenados a convertirse en marginales. Hace poco me llegó un correo con una excelente antología que me confirma en la opinión. Por ahí desfilan lo ojos esperanzados de Omaira como una víctima de la tragedia de Armero, un amplio llano con los cadáveres de los soldados en la guerra civil americana de 1863, el linchamiento de dos negros que fueron sacados de la cárcel en 1930 o las fotos de propaganda Nazi con sus enormes ejércitos y sus símbolos en 1934. Pero por encima de las panorámicas está el retrato de una mujer desconsolada con la mano en la cara y su niño en el hombro cuando la gran depresión de 1936. No falta la más famosa imagen de la Guerra Civil Española en ese mismo año cuando un soldado solitario mira la llanura desde la montaña o el desastre del Hinderberg en 1937 hundiéndose en medio de llamas sobre un mar oscurecido. No falta la expectativa de soldados en movimiento cuando el famoso desembarco de Normandía en 1944 ni la imagen que dio la vuelta al mundo cuando terminó la guerra en 1945 y un pequeño grupo de solados llenos de barro plantan la bandera en la cima de una montaña. Ahí también se encuentra la protesta por la represión vietnamita del budismo con gente auto incinerándose y la ganadora del Premio Pulitzer contra la guerra del Vietnam, precisamente al captar la ejecución de un niño guerrillero del Vietcong en 1968, en donde el oficial apunta con su revólver antes de atravesarle el cráneo de un disparo. No deja uno de asombrarse de nuevo con la de super famélicos niños en la Biafra de 1969 que mucho sirvió de protesta contra el hambre y la guerra. Y está la imagen macabra del ecologismo emergente cuando un esquimal mata a un oso polar a punta de batazos. Qué no decir de una carretera donde niños y niñas desnudos huyen despavoridos con su cara de terror en el Vietnam de 1972 y la imagen a color del hambre en Uganda por 1980, cuando una pequeña mano esquelética parece pedir auxilio y compasión al estar sobre una sana, blanca y fuerte, semejando el proemio a la de Kevin Cárter que ganó el Premio Pulitzer de 1984 donde un gallinazo aguarda con paciencia la agonía de un niño negro para devorarlo e inclusive la del hombre cayendo de una de las torres gemelas aquel fatídico once de septiembre. La literatura, como la fotografía y el cine, testimonian los momentos cruciales y paradigmáticos de la humanidad, buscando sensibilizar a la gente contra esas injusticias.

martes, 6 de octubre de 2009

VEINTE AÑOS SIN NÉSTOR MADRID MALO

Fue alrededor de Café literario, una revista inolvidable que mantuvo a lo largo de no pocos años, donde pudimos estar cerca de su generosa manera de ser y a una simpatía que nos dejaba olvidar sus cargos de gobernador o de notario, de político en vacaciones o de estudioso de la Constitución, de catedrático o de historiador apasionado. Porque por encima de los oficios que tuvo que desempeñar para vivir, era, en esencia, un enamorado indeclinable de la literatura y un juicioso analista de nuestro pasado. Desde hace veinte años cuando dijo adiós en 1989, apenas a los setenta y un años, pudiera decirse con certeza que Néstor Madrid Malo no pasó inadvertido por la historia de Colombia a la que tempranamente le había entregado sus entusiasmos desde Hojas literarias, el suplemento dominial del diario del Caribe, pero en esencia como director fundador de la revista Café Literario mantenida con sus propios recursos y entusiasmo durante una década. Como un enamorado de Pablo Neruda, a los cuarenta años nos entregó un sesudo ensayo sobre Los versos del capitán y llegaron otros libros que comenzaban a reivindicar la memoria y los actos del precursor Nariño o generaba análisis a la política como espectáculo. Pero de lo que se trata en el fondo es el de evocar a un escritor costeño que supo cumplir una importante tarea que valoraba y difundía, discutía y proyectaba un necesario debate sobre la literatura a través de su barco de papel. Porque como bien lo trae a cuento Fernando Ayala Poveda en su Manual de Historia Colombiana, era de quienes creían en el diálogo por encima de la violencia, como si evocara la famosa frase de Darío Echandía que afirmaba cómo era mejor echar paja que echar bala. Le gustaba conversar y se dolía de cómo los afanes de un tiempo que empezaba a ser imparable en la acción lejana al humanismo nos quitara esa delicia por los horrorosos atafagos del día.

Su amistad con Juan Lozano y Lozano y todos aquellos escritores de su generación, nunca le impidió montar cofradía con otros más jóvenes que comenzaban entonces como Ramón Illán Bacca o el mismo Gustavo Bell. Fue quizá su contacto permanente con la universidad la que vino dejándole el gusto por escuchar y compartir a los recientes valores del país, puesto que escritores de diversas regiones encontraban en él la palabra oportuna, el cuidado a sus trabajos y la insinuación cariñosa del maestro. Pero eran los tiempos de la conversación con otros porque aún sólo quería hacerlo siempre a lo largo de la disciplina con sus columnas periodísticas permanentes, con sus poemas en los cuales buscaba recobrar sus sueños o dejar la memoria de ellos, sin interesarse en indagar formas diferentes a las tradicionales, pero cumpliendo con la impecabilidad del soneto o los cuartetos que referían a sus abuelos nunca conocidos, sus amores e inclusive su patria, el río o las impresiones de los viajes enfrentado a la antigua grandeza del imperio romano. El navegante impajaritable que recorría la poesía colombiana y dejaba sus antologías, que se adelantó a los ecologistas cuando termina atreviéndose a seleccionar lo que tuviera canto al árbol, también era diestro en acometer cuentos y obras de teatro, en publicar ensayos y variaciones con lo riguroso de un observador pertinaz, inclusive como abogado defensor de los trabajadores o como jurista abordando temas de ciencia política y derecho constitucional. Todo este panorama de su acción que lo muestra como el humanista íntegro que fue, podría completarse al verlo que igualmente se apasionaba con cargos como Consejero de Embajada o Director de Planeación Nacional, como asesor jurídico de empresas o de sindicatos, Magistrado, Gobernador del Atlántico, conjuez o notario. Desde el café o la literatura partía descomplicadamente a la academia de historia o a la de la lengua de las cuales era miembro y regresaba con pasmosa tranquilidad a escribir o conversar. Aquel 21 de agosto de 1989 cuando supimos la noticia de su muerte, muchos escritores colombianos, desde la provincia, nos sentimos disminuidos y más huérfanos porque se acababa de marchar un hombre irrepetible.

LA MUJER DIFÍCIL DE LIBARDO VARGAS

Una mujer difícil y otros textos breves, me regresan como lector de Libardo Vargas a su impecable prosa rítmica, al ingenio en la selección de sus temas, al impacto por la acertada economía del lenguaje, al recurso nada fácil de sus finales sorpresivos y al paisaje del desasosiego con sus personajes mordiendo siempre la derrota. Se trata de un autor más que decoroso en medio de una región donde abunda la publicación de libros de una cuestionable calidad. Particularmente en esta obra, Libardo Vargas parece jugársela toda en la búsqueda incesante de argumentos curiosos que rayan en lo insólito de una ficción habitada de asombros. Es este el primer volumen de cuentos que históricamente en el Tolima se cubre todo del relato breve, la mini ficción, el mini cuento, el micro cuento, en fin, cuanto apelativo colocan los buscadores de nombres para bautizar una manera de narrar pequeñas pero luminosas historias. Tal género empieza a imponerse con demasiada fuerza en América Latina, un continente perezoso para leer obras de gran aliento como no ocurría en el pasado, pero que ahora, con lo refulgente de la abreviación, hacen del relámpago su luz y su morada, así no quede más allá de la sorpresa inicial sino lo radiante del instante, la mayor parte de las veces sin profundidad.
Sin duda, Libardo Vargas tiene aquí con qué seguir como un escritor destacado dentro del panorama de la literatura colombiana. Pero no es gratuita su salida sino el producto de la reflexión y de un oficio asumido con verdadera responsabilidad, alejado de la improvisación y del azar. Él ha demostrado gran rigor en cuanto a la publicación de sus libros porque no conserva el afán de darlos a conocer antes de tiempo. Son cuatro volúmenes de cuentos a lo largo de veinte años dentro de un oficio literario en el que lleva ya, por lo menos, el no despreciable espacio de tres décadas. Su vocación temprana por la lectura y la escritura de textos, por la investigación y el análisis, por la mesura y la serenidad alejada de los aspavientos arribistas y de figuración, nos dejan al frente de quien asume la tarea con compromiso y con talento, hasta el punto en que el resultado de su disciplina lo tiene ya en el inventario indispensable y poco numeroso de los autores del Tolima para Colombia y América Latina. Es un escritor cuya obra no sólo ha sido seleccionada para integrar varias importantes antologías y para ser galardonado en concursos literarios, sino que abunda en su brevedad y en la acertada eficacia.
El de Libardo Vargas es un libro que gusta como una muchacha bonita muy bien puesta y con la que uno puede acompañarse sin sentir cansancio. Por el contrario, como en los esplendorosos momentos del amor, el tiempo pasa sin advertirlo para dejarnos al final la grata sensación de haber estado convenientemente acompañados. Y eso que no son pocos los malos minutos por historias que debido a su trama nos indignan y nos alborotan la conciencia. Lo bueno, en conclusión, es que al leer tanto libro indeseable por lo mal escritos y de los que abundan por el entorno, aquí nos encontramos con un narrador de altos quilates.
Sus temas aluden a una época actual en donde tienen su espacio los equívocos médicos, la nostalgia por la esquina del barrio, el humor y la ironía como un componente escaso en nuestra literatura. Qué no decir de los sarcasmos y las parodias, de los ribetes poéticos en algunas historias, de los bancos o de los edictos, de los avisos clasificados o la globalización, de los currículos o de las amantes de fin de semana, de los diarios íntimos o las llamadas por celular, de las oficinistas y las anoréxicas, de los perdones y de los olvidos, del espacio público, de la moda y de las estadísticas, de las cifras oficiales o de la retórica, de la farsa de la vida social con su maquillaje continuo de hipocresía, en fin, un universo maravilloso que remata con textos para especialistas al ficcionalizar obras, escritores y personajes literarios con un fino y bien manejado simulacro. Sin decepción alguna y en la seguridad de disfrutarlo, bien vale la pena acercarse a las páginas con que Libardo Vargas regala con su oficio a los lectores colombianos, luego de varios años de silencio calculado.

viernes, 31 de julio de 2009

POLÍTICA Y OROTGRAFÍA

Nada más desolador que encontrar textos de algunos políticos en correos electrónicos, en Facebook o simples comunicados. Se evidencia en ellos una ignorancia navegable en el tema de escribir con corrección. La rampante falta de ortografía no deja lugar sino al rechazo y naturalmente a hacernos la pregunta de cómo líderes o dirigentes de alguna prestancia se asoman a ese abismo detestable con tanta frecuencia. Podría aducirse que la ligereza con que se redacta los lleva a esas equivocaciones, pero en el fondo no es más que el manejo diestro de la imperfección. Lo primero que se advierte es la falta de lectura- a lo que pocos dados son-, porque su mundo se reduce al manejo pragmático de los votos y las simpatías, a ofrecer algunas ideas que supuestamente son originales, a convertirse en muy simpáticos sobre todo antes de elecciones y a cometer incluso faltas de ortografía conversando. Qué lejos se encuentran de aquella clase política culta de otros tiempos donde el manejo del idioma, la lectura y la escritura, la acción de sus planes y programas sintonizados con lo internacional y lo local tenían protagonismo. Recuerdo a simples dirigentes comunales, concejales o diputados para no ir más lejos, cuyo buen gusto en el decir y el escribir se notaba. Hoy, lo que queda claro, es que estamos en manos de mediocres y así resulta su acción en el cargo que obtengan. Debería realizarse una campaña de alfabetización para esa clase política que brilla en tierra de ciegos, obligarlos a que lean por lo menos los periódicos y una que otra revista, la costumbre crea buena ortografía, y a que entiendan que no es el título profesional que ostentan en su hoja de vida porque el hábito no hace al monje y sí por la maleta se conoce al pasajero. Esa necesaria higiene escritural y mental que deben cumplir, los podría llevar a no decir una cosa dentro de otra sino a una seguida de la otra para la claridad de las ideas. Los ve uno cantinflescos en sus intervenciones. El panorama que se avizora es decadente y por encima de las simpatías se despiertan deseos de engrosar el cada día más abrumador número de abstencionistas. Ahí sí como diría Joseph Heller, escritor norteamericano, en esta vida algunos hombres nacen mediocres, otros logran mediocridad y a otros la mediocridad les cae encima. Lo triste es que al fin y al cabo terminan triunfando porque la edad moderna representa la victoria colectiva de estos personajes.

lunes, 27 de julio de 2009

EL VIAJE DEFINITIVO DE JAIME MEJÍA DUQUE

Reconstruyo ahora el año de 1973 en Ibagué cuando invitamos al ya connotado ensayista Jaime Mejía Duque. Vino con su calidez de siempre a desarrollar un intenso seminario sobre literatura rusa durante una semana. Para entonces nos habíamos organizado los profesores de literatura de varios colegios y los estudiantes de la materia en la Universidad del Tolima. Traíamos por nuestra cuenta grandes figuras de la crítica y escritores paradigmáticos que conversaran con nosotros y nos contaran de su experiencia con la enseñanza, los libros, la creación y los viajes. Inclusive fundamos una librería en un local amplio e independiente que nos cedió papá de su almacén de muebles en la carrera quinta con catorce. Fue un epicentro académico que sin aspavientos cumplía la tarea de promover el amor a la lectura en nuestros estudiantes, cuando gente como yo cruzaba apenas la barrera de los 26 años. Esa semana el maestro nos impactó por su sabiduría y nos dejó enganchados para leer lo que no habíamos leído de los clásicos rusos. Después fue usual invitarlo cada cierto tiempo y con frecuencia nos tropezábamos en encuentros de escritores, en mesas redondas, en lugares de tertulia en Bogotá. De aquel episodio inicial a hoy han transcurrido 37 años. Por marzo de 2008 cuando lo visité en su casa en compañía de Álvaro Medina, expresó su gusto porque su primera novela en Colombia apareciera en la colección que Pijao hizo de 50 autores nacionales. Fueron varias horas escuchando su voz cadenciosa, sus recuerdos de Aguadas en Caldas donde había nacido en 1933 y la grata estación en su biblioteca donde nos fue mostrada una colección de por lo menos doce libros inéditos. Se trataba de un trabajador incansable y apasionado cuya vida entregó a la docencia, la edición de libros, la escritura de artículos para diversas revistas de América Latina y el oficio de conferencista con embrujo porque era un intelectual profundo y analítico. Esa vez nos dijo que estaba cansado del mundo andino donde sólo las montañas estaban al frente y que en algunas semanas se trasladaría a Santa Marta del todo porque deseaba ver el mar en forma permanente. Allí murió de un infarto fulminante interrumpiendo su existencia el viernes a los 76 años. Desafortunadamente, como me lo señala Cecilia Caicedo en un correo de respuesta sobre la noticia que difundí entre mis amigos escritores, como aquí la cultura no tiene registro, mueren escritores sobresalientes y no pasa nada. Pocos medios hicieron eco a la noticia suministrada en primicia por el escritor y periodista Gustavo Álvarez Gardeazábal, a través de "La Luciérnaga", de la cadena radial Caracol. De todos modos en los círculos de la intelectualidad se deploró profundamente su desaparición. El escritor y crítico literario caldense, abogado y catedrático universitario fue colaborador de suplementos literarios de El Tiempo, El Espectador, El Colombiano y La Patria. Entre sus obras figuran Literatura y realidad, Mito y realidad de Gabriel García Márquez, La Vorágine o la ruta de la muerte, narrativa y neocoloniaje en América Latina, El otoño del patriarca o la crisis de la mesura, Contraseña, Isaacs y María, El hombre y su novela, Ensayos, La narrativa de Manuel Cofiño, Bernardo Arias Trujillo: el drama del talento cautivo, Tomás Carrasquilla, El nuevo Diógenes y otros poemas, Los pasos perdidos de Francisco el Hombre, Evocación de Azorín. El crítico independiente y certero perteneció al grupo de Consigna junto a Jorge Mario Eastman y Darío Ortiz Vidales y fue en la Cámara de Representantes el artífice de la Colección Pensadores Políticos. Su inesperada muerte nos priva de un contertulio inigualable, un hombre bueno y un intelectual que sin alardes demostró su saber intelectual.

viernes, 17 de julio de 2009

OSCAR PERDOMO GAMBOA O LA NUEVA REVELACIÓN LITERARIA

No se avizora dentro del panorama de la nueva narrativa del Tolima un grupo amplio de nombres que pudieran señalarse como representativos en el campo del cuento y la novela. Si bien es cierto que por lo menos cada semana se tropieza uno con nuevos libros, la calidad desafortunadamente lejos está del talento y el profesionalismo. Distantes parecen los tiempos en que una generación de por lo menos diez autores figuraba de manera continua en los medios de comunicación y en el merecimiento de concursos prestigiosos tanto en lo nacional como en lo internacional. Lo claro es que su categoría literaria sigue vigente pero ya se trata de escritores que sobrepasan los 50 y los 60 años. Respecto a las novedades, el facilismo, la improvisación, la superficialidad, el arribismo literario y la pose de intelectuales entre comillas, no permite que sus egos quepan en el universo, contrario a lo que realmente escriben con altas dosis de mediocridad. Sin embargo, no faltan las perlas y las excepciones luminosas como es el caso de Oscar Perdomo Gamboa. Este ibaguereño que nació en 1974, es un Comunicador Social de la Universidad Autónoma con Maestría en Literatura colombiana y latinoamericana, al tiempo que lleva cinco años como docente de diversas universidades de Cali, donde inclusive fue premiado como profesor distinguido en el 2008 en la Universidad Autónoma de Occidente. Pero lo que importa aquí es señalar que su primera novela titulada Hacia la Aurora obtuvo el Premio Jorge Isaacs en 1988 cuando apenas contaba con sus primeros 24 años y fue reeditada en el 2005. Hoy, a sus 35, se proyecta como uno de los nuevos y valiosos valores de la literatura colombiana y como un representante del Tolima en esas fauces. De allí que Caza de libros decidiera publicar de manera masiva para su programa de Club Lector un nuevo libro suyo titulado De cómo perdió sus vidas el gato, texto ingenioso, lleno en esencia de fantasía que divertirá a todas las edades. En el 2008 apareció su segundo libro titulado Ella, mi sueño y el mar, una búsqueda de la idea de recrear algo del romanticismo, tesis de su maestría. El texto que navega en un mundo de quimera con sirenas, seres de aire y de piedra, que incluye conversaciones con los hermanos Grimn, Tolstoi y El Quijote, tiene en su tercera parte un narrador que asume y dice que Oscar Perdomo ha muerto rompiendo el encanto de la ficción y encarnándose así mismo con su cabello largo, amante de los comics, la música y la influencia del cine en su literatura. Sus personajes encarnan el heroísmo y sorprenden por las diversas personalidades que asumen. María Paula, por ejemplo, la protagonista femenina, canta e inspira con su voz y mientras él relata las historias ella le pone música. Pero va más allá evocando la guerra napoleónica, el imperio azteca, Sandokan, el tigre de Malasia, el fútbol, la música de los años 60-70 conversando con Pink Floyd. Dentro de la libertad del escritor, los cuentos transcurren en diversos escenarios. Maria Paula ha sido creada en el Japón y se entrena como samurai al tiempo que Oscar se ha hecho espadachín en Verona como perdonavidas. Las transformaciones se notan más en la segunda parte donde Oscar es un ser rocoso que siembra las flores de abajo hacia arriba. Se trata entonces de un nuevo estilo y una nueva voz que unida a la de Carlos Flaminio Rivera, Carlos Pardo Jr, Carlos Andrés Oviedo y Leonardo Mora, van realizando el cuadro de los nuevos narradores colombianos nacidos en el Tolima. Ya era tiempo de un resurgir, porque tanto en la literatura como en la política misma estamos viviendo de los paradigmas del pasado.
La

El poeta Germán pardo García y su colegio en Ibagué

El poeta Germán Pardo García sólo estuvo en tres ocasiones bajo el cielo de Ibagué. El tiempo de su nacimiento cuando su padre era el Presidente del Tribunal Administrativo del Tolima como magistrado, la vez que viajó siendo muy joven a conocer el casi diminuto ataúd en que iban a enterrarlo y la mañana en que llegó por última vez envuelto en un pequeño osario convertido en un montículo reducido de cenizas. Fueron pocos meses de su estadía en la capital del Tolima porque su padre fue trasladado a Bogotá y apenas tres días al llegar donde sus familiares para ver directamente en qué iba a terminar por la mielitis crónica y mortal que le decretaron los médicos. No imaginó que sus restos terminaran en esta ciudad y mucho menos en un osario ofrecido por la curia en el cementerio central. Vivió en ciudad de México durante la mayor parte de su vida y fue allí donde construyó su obra y su prestigio. Más de cuarenta y cinco libros fueron otorgándole los pasos para llegar a la cima y las publicaciones de su revista periódico Nivel lo mantuvieron en el activismo cultural, independientemente de su tarea disciplinada como profesor universitario. Lo visité junto a otros escritores en la calle del Río Neva entre ríos y ya dentro de su apartamento donde no recibía a nadie, examinamos su pulcritud y su enorme soledad. Tanto al periodista Jorge Eliécer Barbosa como al escritor Humberto Tafur y a mí, nos entregó el grueso volumen titulado Apolo Pankrator que resumía buena parte de su obra. Con su dedicatoria y sus palabras supimos que ir a México había valido la pena. Lo había leído poco pero me entusiasmé con la lectura de su obra parecida materialmente a un enorme diccionario Larousse. Realicé para entonces una antología que perdí y que tengo deseos de reelaborar con su relectura. Tiempo después llegué a la burocracia cuando tenía tan sólo 32 años y al tener la ocasión de bautizar un colegio no dudé en ponerle su nombre. Lo demás es de dominio público y el Pardo García es una institución de gran valía. Hoy veo que han pasado treinta años y que tanto su obra como su nombre y apellidos figuran fulgurantes por la tierra que lo vio nacer. Veo con alegría que hoy por hoy tienen a un rector dinámico amigo de la cultura que sabrá emprender las acciones para que estemos allí contándole a las nuevas generaciones parte de la historia de un poeta digno de alabanza.

sábado, 20 de junio de 2009

EL TRIUNFO DE LOS MEDIOCRES

Carlos Orlando Pardo

Alguna vez el respetable profesor y gramático Manuel Antonio Bonilla, le ganó en un concurso a José Eustasio Rivera. El tiempo y la historia dejan cada vez más en el olvido al primero y ofrece el premio de la inmortalidad al autor de La Vorágine. Como ocurre con Juan Rulfo, Jorge Luis Borges o Juan Carlos Onetti que sin el Nóbel forman parte de los clásicos obligados en la literatura en lengua española. El del Tolima es un ejemplo curioso en todos los campos porque en Purificación, por ejemplo, una personalidad trascendente como Eduardo Aldana Valdés, exrector de la Universidad de los Andes y uno de los diez sabios en la comisión de educación que integrara el mismo García Márquez, pierde las elecciones para alcalde ante un politiquero de oficio parroquial. Casos similares ocurren en la música, como acaba de suceder en el concurso nacional de maestros organizado por el Ministerio de Cultura. Un compositor e intérprete de nuestros aires como Rodrigo Silva, integrante del famoso dueto Silva y Villalba y con canciones que repiten de memoria en muchos lugares de Colombia y el mundo, perdió por votos contra una figurita menor que demasiado lejos está de su grandeza y su prestigio. La lista elaborada por los burócratas de la cultura en el Tolima estuvo desde un comienzo hecha de inconsistencias. Uno no puede comparar en historia o antropología a un profesional de la talla de Hermes Tovar con algún autor de folletines en la prensa, ni a William Ospina con un tal Sepúlveda que dice ser el mejor poeta de la tierra. No fue justo que se revolviera al maestro con compositores de cinco o seis temas al estilo de Miguel Ospina o al juguetoncito de medio pelo como el optómetra que dejó de ser optómetra ante el fracaso de su carrera para encarnar a un cantinero. Pero así es la vida de la democracia por Internet donde los desocupados votan y votan por sí mismos, mientras Rodrigo Silva recorre el país ofreciendo recitales y escribiendo canciones que retratan la república y el alma del Tolima. Al fin y al cabo qué más puede pedirse en una patria donde los bandidos de la peor calaña figuran en las primeras páginas de los medios, los asesinos se convierten en gestores de paz y los verdaderos artistas, no los aficionados, tienen su lugar en el infierno de la indiferencia. Qué fatalidad transitoria la de este episodio que pasados los años nadie recordará, mientras Silva y Villalba y en particular Rodrigo, seguirá por el camino de la gloria.

lunes, 20 de abril de 2009

El día del idioma y el del libro

Carlos Orlando Pardo

Nada mejor que las celebraciones para reflexionar alrededor de vidas y de hechos que ayudan a la nuestra, tal como ocurre ahora este 23 de abril cuando en el mundo de habla hispana la fiesta es con motivo del idioma y el libro. Es afortunada la efemérides, mucho más cuando nuestra lengua es cada vez peor tratada y las estadísticas marcan un descenso lastimoso en la lectura. Pareciera que la crisis de la humanidad atravesara sin compasión todas las esferas, pero en particular esta, sin duda, afecta la convivencia, el crecimiento intelectual y del espíritu, el profesional y el de la formación. Pero no se trata de las lamentaciones sino de evitar siempre, en lo personal y colectivo, que ese abismo crezca más allá de lo siquiera imaginado por los más perspicaces novelistas. Cervantes pensaba que la pluma es la lengua de la mente y decía José Martí que saber leer es saber andar y saber escribir es saber ascender. Nos vamos quedando sin la pluma, sin el camino y sin el ascenso por no conservar la costumbre de buscar hablar bien ni de querer leer. Porque si la cultura es la buena educación del entendimiento, como afirmaba Benavente, ella se refleja en las limitaciones que nos regalamos por falta de esta práctica. Dicen que en la desaparecida Atlanta, la felicidad consistía particularmente en que la sociedad con todas sus edades se dedicaba al placer de la enseñanza y al del aprendizaje, al buen manejo de su idioma y al placer de viajar entre los libros. No fue aquel un sueño perdido sino encontrado, para que, por ejemplo Simón Bolívar, pensara que el objeto más noble que puede ocupar el hombre es ilustrar a sus semejantes o entender que un hombre sin estudio es un ser incompleto. Tal vez la coincidencia se ofrece cuando muchos años después, frente a los reyes en Estocolmo, el premio Nóbel francés Claude Simón, dijera que la educación es una segunda existencia dada al hombre por cuanto esa vida moral es tan apreciable como la vida física. De allí que pensemos en tener sobre las manos la carga preciada de un tesoro, porque como escribiera Benjamín Franklin, si un hombre vacía su monedero en su cabeza, nadie se lo podrá quitar puesto que la inversión en el conocimiento siempre paga el mejor interés. Y es que atravesamos la era del saber como la mejor forma del poder y como una espada que se blande para enfrentar los muchos males que como las plagas de Egipto corren por nuestro territorio. Creemos con Albert Einstein que nunca hay que considerar el estudio como una obligación sino como una oportunidad para penetrar en el bello y maravilloso mundo del saber. Y es precisamente por eso que nos enfrentamos a la imperiosa necesidad no sólo de soñar con ser mejores, con hablar y escribir bien, con leer sin pereza y con pasión, sino alcanzarlo como si no fuera difícil emprender la marcha de ir ascendiendo por una larga escalera hacia el cielo. Ya un pedagogo afirmó que la mejor vacuna contra la violencia es la educación, como si entendiera con Plutarco que el cerebro no es un vaso por llenar sino una lámpara por encender. Porque como alguien atestiguaba, el principal objeto de la educación no es el de enseñarnos a ganar el pan, sino en capacitarnos para hacer agradable cada bocado. Sin embargo, cuando no se tiene respeto por utilizar una lengua como debe ser, cuando los malos entendidos parten de un equivocado uso de las palabras y sus términos, cuando la comunicación se pierde si no usamos adecuadamente la lengua, cuando estamos en las tinieblas por ignorar la memoria y las ilusiones de la humanidad que está en sus libros, vivimos un limbo absurdo que nos impide el placer de la luz.

domingo, 5 de abril de 2009

Cumpleaños desde la provincia

Carlos Orlando Pardo

El Tolima ha sido tan descuidado en su tradición, que hace poco más de un lustro nadie sabía cuándo era su cumpleaños. Gracias a la tarea intensa de la Academia de Historia del departamento pudo saberse con precisión y entender que encarnando un pueblo joven contamos con los antiguos vicios de los viejos sin su altura ni su desarrollo. Ahora, el gobierno de la tierra firme ha decidido, en aras de romper el centralismo, conmemorar este aniversario en poblaciones que como El Líbano, centro cafetero y cultural, terminan siendo el eje con la presencia de los municipios del norte. No deja de ser estimulante esta excelente medida en una fiesta donde vivimos la música, las danzas, la pintura y la integración, acompañada de reflexiones ante la crisis cafetera que por el clima y la roya han sumido al sector en la derrota. Fue positiva esta gran idea de Oscar Barreto, quien además estuvo tajante en señalar de qué manera es en la provincia donde se teje la maraña de nuestra grandeza pero también donde se encuentran las necesidades. Y no ha sido gratuito su valeroso planteamiento porque también lo dijo en tono vehemente que compartimos, de qué manera nuestros pomposos gremios piensan y gobiernan desde los clubes y cocteles en unas tareas que sólo contribuyen a algunos sectores de Ibagué, olvidando la existencia de otros lugares del Tolima. Ya era tiempo, como lo hizo Alberto Santofimio en una época, que se le pegara una bofetada al rostro de la presunción, la vanidad y la élite mediocre que tanto tiempo ha mantenido bajo su égida de privilegios el destino de la tierra. Los famosos encuentros de tolimenses, por ejemplo, no han pasado nunca de ser un catálogo de buenas intenciones y de una amplia aparición en las páginas sociales del diario que los privilegia, a más de aburridos documentos que nos recuerdan nuestra realidad pero que con sus falaces propuestas parece que desaparecieran como por arte de magia y como si cumplieran el papel de Hechizada al mover la nariz para cumplir la magia de las apariencias. Se hace necesario construir otro Tolima desde la realidad y sin exclusiones, sin la mirada desdeñosa hacia la pobreza y la desprotección, sin el tufillo de creerse los dueños del mundo y el conocimiento, sin su fácil manía de despreciar todo lo que no salga de sus fauces como si de ellas se desprendiera el mejor bostezo de Dios. Es importante saber que ha llegado la hora de los replanteamientos y exigir una participación de todos, pero no para que se beneficien unos pocos sino esa gran mayoría abandonada de las mínimas condiciones para sobrevivir. De lo contrario el ruido sordo que se oye debajo de la tierra terminará siendo una amenaza más grande que el Machín, dando muestras de sus dientes afilados en la inseguridad que pulula, la insatisfacción que reina, el desprecio inclusive a la clase política con más de un 60% de abstención electoral y el rugido del desempleo que nadie ha sido capaz de disminuir ni desde los clubes ni sus juntas directivas ni de sus gremios que dan alaridos sólo cuando tocan de manera directa sus procelosos intereses.

lunes, 30 de marzo de 2009

Ciudad de huellas invisibles

CIUDAD DE HUELLAS INVISIBLES
Carlos Orlando Pardo

Las grandes ciudades del mundo e inclusive pequeñas poblaciones de nuestro país, levantan orgullosas monumentos y placas recordatorias, esculturas y símbolos que identifican su lugar. Se trata en esencia de rendir homenaje a hechos históricos o a enaltecer personalidades que hacen honor a su raza y a su pueblo. En ninguno de estos sitios son los bandidos o los locos los que encuentran un sitial en sus páginas gloriosas. Seguramente todos ellos localicen mejor su refugio en la literatura o en el cine, en la pintura y el teatro. En Ibagué nos ocurre lo contrario a lo de las urbes referidas, porque mientras se olvidan por desidia o ignorancia los acontecimientos y la notabilidad de grandes protagonistas, aparecen inversiones ordenando esculturas a personajillos típicos como Badana y Guacharaca, dos pobres seres humanos tapados por la enajenación y que cumplieron su recorrido encarnando el mal gusto y la grosería ramplona. Lejos desde luego de ser los símbolos distintivos de una capital. Resulta curioso y lamentable que de buena parte de los aconteceres importantes de la ciudad no se tenga memoria. Ni siquiera existe una placa sobre ellos puesto que Ibagué es un museo de huellas invisibles, tal como la califica el historiador Álvaro Cuartas. La gente transita sin tener la menor idea de qué ocurrió por algunos lugares y sin advertir que fueron significativos en la construcción de la República. Vivimos en las tinieblas porque no ha existido un deseo de dejar el itinerario de lo que hicieron gentes destacadas. Por ello carecemos de la tan reclamada identidad y por eso estamos lejos de ser un conglomerado que se enorgullezca de lo propio. Es como si continuáramos con la desgracia antigua de no existir y de regresar a los años en que Ibagué, ni por equivocación, figuraba en los mapas y si miramos nuestra evolución cartográfica ni en los de la Colonia. Tuvimos que esperar hasta la época de La República cuando se le menciona. Eso es lo que nos ha ocurrido y ver cómo llegamos tarde a todo. Lo que está claro es que es en nuestros parques donde nos ocurrió casi todo. Aquí, el sitio histórico más importante es la plaza principal, hoy de Bolívar que fue mercado público, circo de toros, patíbulo en tiempo de la reconquista española y allí funcionaron los inmuebles de mayor importancia como la Casa Consistorial, la cárcel, la iglesia parroquial, la casa de habitación de encomenderos, notables y terratenientes. No puede desconocerse, sin embargo, que el segundo es la vieja plazoleta de Santo Domingo, llamada después plazoleta del colegio de San Simón y hoy parque Murillo Toro. No se trata tanto de los inmuebles que fueron arrasados sino de sus espacios y sus huellas. ¿Quién puede indicar dónde Mutis, Humboldt y Bonpland se reunieron en Ibagué en el año 1801? ¿Dónde está la memoria -ahora es el bicentenario de la Independencia-, de los muchos próceres ibaguereños que cayeron en su querella por la libertad? ¿Qué presencia existe de cuando Ibagué alberga a Camilo Torres en el célebre Congreso de las Provincias Unidas de la Nueva Granada? ¿Saben donde fue la sede política y administrativa cuando Ibagué fue por algunos meses capital del país? Si poblacionalmente Ibagué sobrepasa en la actualidad el medio millón de habitantes, es hoy cuando más necesitamos trabajar por nuestra identidad dejando testimonio a la gente que cruza, vive o visita nuestro entorno, en placas y esculturas de tanto acontecer. No es justo que se desconozcan paradigmas y que continuemos homenajeando a los loquitos dejando en el olvido algunos de los hechos y protagonistas reseñados.

sábado, 28 de marzo de 2009

El corazón de Colombia

El corazón de Colombia
Por: William Ospina
HACE CINCUENTA AÑOS, MI PADRE, perseguido por liberal, buscaba un refugio en las montañas del norte del Tolima.
Alguien le habló de Santa Teresa, un corregimiento del Líbano donde todos los hombres eran liberales, y eso bastó para que empacara las escasas medicinas de su farmacia y emprendiera el viaje con su esposa y sus cuatro hijos, tratando de sobrevivir.
El Líbano produjo en mi madre una inconsolable sensación de lejanía, aunque estaba a pocas horas de la tierra de mis abuelos, en el cañón del Guarinó, mirando hacia Caldas. Y Santa Teresa le pareció triste, porque llegamos en uno de esos días en que la niebla lo cubre todo y hay en el cielo como una inminencia de fin del mundo.
Yo tenía cinco años, y mi primer recuerdo del pueblo es una salida con mi hermano Jorge Luis a explorar las calles en uno de los escasos días de sol. Vimos tapiadas las puertas de la iglesia, pero por una pared lateral había un orificio o una puerta rota, y mi hermano, explorador temerario de siete años, me hizo entrar en aquel espacio clausurado. Nunca olvidamos el espectáculo: las hierbas habían brotado del piso, subían enredaderas por las columnas, el altar estaba mordido por la vegetación, un raudal poderoso caía de un agujero del techo, y los santos en sus nichos estaban amortajados en telas de araña. Ahora mi madre me reprocha no haberle contado aquella incursión, aquella visión, pero los niños imprudentes que se atreven a entrar donde está prohibido deben ser cautelosos en el relato de sus aventuras.
Eran años salvajes. Dos temibles leyendas, Desquite y Sangrenegra, comandaban su chusma en las montañas cercanas y cada día ocurrían hechos atroces que nunca vimos, porque los padres evitaban que llegaran a nuestros ojos. Pero los niños lo escuchan todo y el horror nunca visto nos llenó la imaginación.
Recuerdo jinetes armados pasando por calles de niebla, donde volaban rancheras y tristes boleros. Recuerdo el día en que un fragor en el cielo interrumpió las clases y todos salimos a ver la bandada de helicópteros que venía a pacificar la región. En Colombia las soluciones originales de los gobernantes son el eterno retorno de lo mismo. Recuerdo a la numerosa familia Vargas, la lista de cuyos nombres era para mí una canción. Y recuerdo a don Ruperto Beltrán que nos embrujó cada noche con los cuentos que llenaban su memoria, un arte narrativo al que nunca pudo reemplazar la televisión. Los niños esperábamos ansiosos el atardecer para escuchar sus relatos de las Mil y una Noches, de Grimm y muchos otros que después fuimos encontrando en los libros. Pero el cuento mejor no lo encontramos nunca. Años después, cuando intenté visitarlo de nuevo, el viejo Beltrán había muerto, y en 1985, su mujer, mi última esperanza de que alguien conociera el relato, estaba en Armero cuando llegó la avalancha que se llevó hasta la tumba de su marido.
Esto se lo había contado yo hace unos meses a Carlos Orlando Pardo y a Jackie, y lo volví a contar en un libro en homenaje a los maestros, donde me pareció justo mencionar a aquel anciano que me asomó a la literatura. Carlos Orlando vio que la fuente de mis desvaríos literarios eran aquellas vigilias y me propuso que volviéramos al Líbano, cincuenta años después. Invitó a esos queridos escritores y amigos, Héctor Sánchez, Carlos Alberto Celis y Benhur Sánchez, invitó a Jackie y a su pequeña hija, a su madre, la querida Gloria Inés, a Jorge Eliécer y Elsa, a Pablo Pardo y a María Inés Guzmán a un festivo retorno; yo convencí a mis padres y a mi hermano Juan Carlos, y esta semana emprendimos el regreso.
El Líbano, corazón geográfico de Colombia como nos lo ha revelado Yamel López, en una grata tertulia, es una joya escondida. Tal vez sólo el hecho de no estar sobre una carretera central que permita el paso hacia otras regiones, ha asordinado la importancia que tiene para nuestro país. Bastaría una hermosa avenida que haga más tentador el ingreso para devolverle su protagonismo y convertirlo en el destino de muchos viajeros, después de que Armero fue borrado de la tierra. Este protagonismo ha sido sobre todo económico y cultural. Hijo de la colonización antioqueña en tierras del Tolima, el Líbano fue por décadas uno de los más importantes centros de la cultura del café, y tuvo, frente al eje cafetero, la ventaja de estar cerca del río Magdalena, mientras para bajar la cosecha del viejo Caldas fue necesario que los ingleses construyeran el cable aéreo más largo del mundo.
Su comercio directo con Europa posibilitó que por Líbano entraran muchas de las ideas revolucionarias de comienzos del siglo XX y que allí se formara una élite cultural que ha dejado su huella en la cultura colombiana. Desde Isidro Parra, su fundador, Líbano ha sido cuna de ilustres intelectuales, hasta llegar a Eduardo Santa, respetado historiador, Alberto Machado, Germán Arango, y a la generación de escritores y gestores culturales de la que forman parte Germán Santamaría, Gonzalo Sánchez, Carlos Orlando Pardo, Jorge Eliécer Pardo, Manuel Giraldo y Carlos Flaminio Rivera. Y ahora yo me apresuro a sumarme a esa lista, porque generosamente el alcalde Humberto Santamaría me ha declarado hijo del Líbano.
Ha sido hermoso ver a mi padre de 88 años recordar rostros y lugares. Al ex alcalde Malagón le dio un testimonio de los buenos tiempos de antes. Acababa de abrir su farmacia cuando Eusebio Malagón, desconocido para él, después de ver el sitio le dijo: “Esa mercancía que usted tiene no es suficiente, tiene que surtir mejor su negocio”. Mi padre le respondió que era todo lo que tenía en el mundo. Malagón lo trajo al día siguiente hasta Líbano y respaldó el crédito con el que surtiría su farmacia.
Algún día llegaremos a Santa Teresa y a las memorias agazapadas en cada esquina. Mientras tanto, hemos vuelto a una tierra mágica y generosa donde, en medio de las durezas de la historia, grandes y pequeños sólo conservan el recuerdo de perdurables regalos.

viernes, 27 de marzo de 2009

Los Juanes del Tolima

La noticia del lanzamiento de la candidatura al Senado de la República por parte de Juan Mario Laserna y Juan Lozano Ramírez, con amplia ascendencia en el Tolima, nos deja sentir un aire fresco por tratarse de nuevas figuras que nos darán por fin una representación digna en el congreso. Salvo Luis Humberto Gómez Gallo que tuvo una feliz incidencia en los grandes proyectos de desarrollo regional a través de gestiones eficaces, los demás son representaciones pálidas perdidas entre la montonera y sin ningún protagonismo. Casi remotos nos resultan los tiempos en que prohombres verdaderos encarnaban el liderazgo en esta tierra. Por el último medio siglo de vida política en el departamento, podrá verse como una época donde florece la fortaleza de los partidos políticos tradicionales, abunda su atomización y finalmente generan en mucho su crepúsculo, así como advierte el renacer de nuevas opciones políticas y la renovación de jefaturas. Si se examina el paso de quienes han estado con el título de parlamentarios a lo largo de las cinco últimas décadas, nos encontramos que la mayor parte de ellos hicieron historia pero personal. La demostración está a la vista porque buena parte lograron una substanciosa pensión vitalicia pero no presentaron un solo proyecto de ley ni se destacaron en el país. Contados son con los dedos de las manos quienes alcanzaron tal dignidad y generaron beneficios para toda la región por encima de los intereses de grupo o de partido y limitados fueron aquellos que lograron figuración por sus debates enriquecedores en los diversos procesos de interés nacional. No es sino realizar una encuesta tanto entre quienes ejercen hoy la política como entre quienes no, para ver cómo ya nadie recuerda por lo menos al 90% de quienes figuraron en las últimas décadas. Pasaron y posaron como parlamentarios sin pena ni gloria y sólo ellos o de pronto sus familias recuerdan el episodio. De allí que sea fácil al examinar sus hojas de vida y la trayectoria cumplida en el parlamento, tropezarnos con un desempeño simplemente rutinario por no decir mediocre. De otro lado es importante destacar que los jefes de los partidos tradicionales por razón de su trabajo intenso, capacidad de maniobra, aceptación entre la gente y respuesta positiva a parte de sus aspiraciones, lograron permanecer por décadas al frente de sus colectividades concentrando el poder sin que se diera durante ese tiempo movilidad alguna, terminando sus carreras políticas casi a la brava por sustracción de materia, cansancio de los electores, surgimiento de nuevas realidades. Desde el punto de vista político, tanto el Partido Liberal como el Conservador eran organizaciones fuertes, con jefes reconocidos nacionalmente. Colocaban altas cifras en las elecciones que no han vuelto a repetirse, se lograba importante participación en el gabinete nacional y los Institutos descentralizados y se presentaban con verdadera autoridad. Después lo que ha venido es la atomización de los partidos, la conformación de microempresas electorales, el establecimiento de un archipiélago de dirigentes sin respetabilidad en el país, salvo lo alcanzado por algunos al ocupar cargos directivos en el parlamento, concretamente sus presidencias. En términos generales es la mediocratización que deviene en una de las causas por las cuales no tiene el Tolima mejores oportunidades frente al presupuesto nacional y desde luego contribuyen por su causa al atraso y a cultivar el subdesarrollo de la región. De allí que la noticia sobre el lanzamiento al Senado de Juan Lozano Ramírez y Juan Mario Laserna sean positivas.