Fue alrededor de Café literario, una revista inolvidable que mantuvo a lo largo de no pocos años, donde pudimos estar cerca de su generosa manera de ser y a una simpatía que nos dejaba olvidar sus cargos de gobernador o de notario, de político en vacaciones o de estudioso de la Constitución, de catedrático o de historiador apasionado. Porque por encima de los oficios que tuvo que desempeñar para vivir, era, en esencia, un enamorado indeclinable de la literatura y un juicioso analista de nuestro pasado. Desde hace veinte años cuando dijo adiós en 1989, apenas a los setenta y un años, pudiera decirse con certeza que Néstor Madrid Malo no pasó inadvertido por la historia de Colombia a la que tempranamente le había entregado sus entusiasmos desde Hojas literarias, el suplemento dominial del diario del Caribe, pero en esencia como director fundador de la revista Café Literario mantenida con sus propios recursos y entusiasmo durante una década. Como un enamorado de Pablo Neruda, a los cuarenta años nos entregó un sesudo ensayo sobre Los versos del capitán y llegaron otros libros que comenzaban a reivindicar la memoria y los actos del precursor Nariño o generaba análisis a la política como espectáculo. Pero de lo que se trata en el fondo es el de evocar a un escritor costeño que supo cumplir una importante tarea que valoraba y difundía, discutía y proyectaba un necesario debate sobre la literatura a través de su barco de papel. Porque como bien lo trae a cuento Fernando Ayala Poveda en su Manual de Historia Colombiana, era de quienes creían en el diálogo por encima de la violencia, como si evocara la famosa frase de Darío Echandía que afirmaba cómo era mejor echar paja que echar bala. Le gustaba conversar y se dolía de cómo los afanes de un tiempo que empezaba a ser imparable en la acción lejana al humanismo nos quitara esa delicia por los horrorosos atafagos del día.
Su amistad con Juan Lozano y Lozano y todos aquellos escritores de su generación, nunca le impidió montar cofradía con otros más jóvenes que comenzaban entonces como Ramón Illán Bacca o el mismo Gustavo Bell. Fue quizá su contacto permanente con la universidad la que vino dejándole el gusto por escuchar y compartir a los recientes valores del país, puesto que escritores de diversas regiones encontraban en él la palabra oportuna, el cuidado a sus trabajos y la insinuación cariñosa del maestro. Pero eran los tiempos de la conversación con otros porque aún sólo quería hacerlo siempre a lo largo de la disciplina con sus columnas periodísticas permanentes, con sus poemas en los cuales buscaba recobrar sus sueños o dejar la memoria de ellos, sin interesarse en indagar formas diferentes a las tradicionales, pero cumpliendo con la impecabilidad del soneto o los cuartetos que referían a sus abuelos nunca conocidos, sus amores e inclusive su patria, el río o las impresiones de los viajes enfrentado a la antigua grandeza del imperio romano. El navegante impajaritable que recorría la poesía colombiana y dejaba sus antologías, que se adelantó a los ecologistas cuando termina atreviéndose a seleccionar lo que tuviera canto al árbol, también era diestro en acometer cuentos y obras de teatro, en publicar ensayos y variaciones con lo riguroso de un observador pertinaz, inclusive como abogado defensor de los trabajadores o como jurista abordando temas de ciencia política y derecho constitucional. Todo este panorama de su acción que lo muestra como el humanista íntegro que fue, podría completarse al verlo que igualmente se apasionaba con cargos como Consejero de Embajada o Director de Planeación Nacional, como asesor jurídico de empresas o de sindicatos, Magistrado, Gobernador del Atlántico, conjuez o notario. Desde el café o la literatura partía descomplicadamente a la academia de historia o a la de la lengua de las cuales era miembro y regresaba con pasmosa tranquilidad a escribir o conversar. Aquel 21 de agosto de 1989 cuando supimos la noticia de su muerte, muchos escritores colombianos, desde la provincia, nos sentimos disminuidos y más huérfanos porque se acababa de marchar un hombre irrepetible.
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