CIUDAD DE HUELLAS INVISIBLES
Carlos Orlando Pardo
Las grandes ciudades del mundo e inclusive pequeñas poblaciones de nuestro país, levantan orgullosas monumentos y placas recordatorias, esculturas y símbolos que identifican su lugar. Se trata en esencia de rendir homenaje a hechos históricos o a enaltecer personalidades que hacen honor a su raza y a su pueblo. En ninguno de estos sitios son los bandidos o los locos los que encuentran un sitial en sus páginas gloriosas. Seguramente todos ellos localicen mejor su refugio en la literatura o en el cine, en la pintura y el teatro. En Ibagué nos ocurre lo contrario a lo de las urbes referidas, porque mientras se olvidan por desidia o ignorancia los acontecimientos y la notabilidad de grandes protagonistas, aparecen inversiones ordenando esculturas a personajillos típicos como Badana y Guacharaca, dos pobres seres humanos tapados por la enajenación y que cumplieron su recorrido encarnando el mal gusto y la grosería ramplona. Lejos desde luego de ser los símbolos distintivos de una capital. Resulta curioso y lamentable que de buena parte de los aconteceres importantes de la ciudad no se tenga memoria. Ni siquiera existe una placa sobre ellos puesto que Ibagué es un museo de huellas invisibles, tal como la califica el historiador Álvaro Cuartas. La gente transita sin tener la menor idea de qué ocurrió por algunos lugares y sin advertir que fueron significativos en la construcción de la República. Vivimos en las tinieblas porque no ha existido un deseo de dejar el itinerario de lo que hicieron gentes destacadas. Por ello carecemos de la tan reclamada identidad y por eso estamos lejos de ser un conglomerado que se enorgullezca de lo propio. Es como si continuáramos con la desgracia antigua de no existir y de regresar a los años en que Ibagué, ni por equivocación, figuraba en los mapas y si miramos nuestra evolución cartográfica ni en los de la Colonia. Tuvimos que esperar hasta la época de La República cuando se le menciona. Eso es lo que nos ha ocurrido y ver cómo llegamos tarde a todo. Lo que está claro es que es en nuestros parques donde nos ocurrió casi todo. Aquí, el sitio histórico más importante es la plaza principal, hoy de Bolívar que fue mercado público, circo de toros, patíbulo en tiempo de la reconquista española y allí funcionaron los inmuebles de mayor importancia como la Casa Consistorial, la cárcel, la iglesia parroquial, la casa de habitación de encomenderos, notables y terratenientes. No puede desconocerse, sin embargo, que el segundo es la vieja plazoleta de Santo Domingo, llamada después plazoleta del colegio de San Simón y hoy parque Murillo Toro. No se trata tanto de los inmuebles que fueron arrasados sino de sus espacios y sus huellas. ¿Quién puede indicar dónde Mutis, Humboldt y Bonpland se reunieron en Ibagué en el año 1801? ¿Dónde está la memoria -ahora es el bicentenario de la Independencia-, de los muchos próceres ibaguereños que cayeron en su querella por la libertad? ¿Qué presencia existe de cuando Ibagué alberga a Camilo Torres en el célebre Congreso de las Provincias Unidas de la Nueva Granada? ¿Saben donde fue la sede política y administrativa cuando Ibagué fue por algunos meses capital del país? Si poblacionalmente Ibagué sobrepasa en la actualidad el medio millón de habitantes, es hoy cuando más necesitamos trabajar por nuestra identidad dejando testimonio a la gente que cruza, vive o visita nuestro entorno, en placas y esculturas de tanto acontecer. No es justo que se desconozcan paradigmas y que continuemos homenajeando a los loquitos dejando en el olvido algunos de los hechos y protagonistas reseñados.
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