lunes, 30 de marzo de 2009

Ciudad de huellas invisibles

CIUDAD DE HUELLAS INVISIBLES
Carlos Orlando Pardo

Las grandes ciudades del mundo e inclusive pequeñas poblaciones de nuestro país, levantan orgullosas monumentos y placas recordatorias, esculturas y símbolos que identifican su lugar. Se trata en esencia de rendir homenaje a hechos históricos o a enaltecer personalidades que hacen honor a su raza y a su pueblo. En ninguno de estos sitios son los bandidos o los locos los que encuentran un sitial en sus páginas gloriosas. Seguramente todos ellos localicen mejor su refugio en la literatura o en el cine, en la pintura y el teatro. En Ibagué nos ocurre lo contrario a lo de las urbes referidas, porque mientras se olvidan por desidia o ignorancia los acontecimientos y la notabilidad de grandes protagonistas, aparecen inversiones ordenando esculturas a personajillos típicos como Badana y Guacharaca, dos pobres seres humanos tapados por la enajenación y que cumplieron su recorrido encarnando el mal gusto y la grosería ramplona. Lejos desde luego de ser los símbolos distintivos de una capital. Resulta curioso y lamentable que de buena parte de los aconteceres importantes de la ciudad no se tenga memoria. Ni siquiera existe una placa sobre ellos puesto que Ibagué es un museo de huellas invisibles, tal como la califica el historiador Álvaro Cuartas. La gente transita sin tener la menor idea de qué ocurrió por algunos lugares y sin advertir que fueron significativos en la construcción de la República. Vivimos en las tinieblas porque no ha existido un deseo de dejar el itinerario de lo que hicieron gentes destacadas. Por ello carecemos de la tan reclamada identidad y por eso estamos lejos de ser un conglomerado que se enorgullezca de lo propio. Es como si continuáramos con la desgracia antigua de no existir y de regresar a los años en que Ibagué, ni por equivocación, figuraba en los mapas y si miramos nuestra evolución cartográfica ni en los de la Colonia. Tuvimos que esperar hasta la época de La República cuando se le menciona. Eso es lo que nos ha ocurrido y ver cómo llegamos tarde a todo. Lo que está claro es que es en nuestros parques donde nos ocurrió casi todo. Aquí, el sitio histórico más importante es la plaza principal, hoy de Bolívar que fue mercado público, circo de toros, patíbulo en tiempo de la reconquista española y allí funcionaron los inmuebles de mayor importancia como la Casa Consistorial, la cárcel, la iglesia parroquial, la casa de habitación de encomenderos, notables y terratenientes. No puede desconocerse, sin embargo, que el segundo es la vieja plazoleta de Santo Domingo, llamada después plazoleta del colegio de San Simón y hoy parque Murillo Toro. No se trata tanto de los inmuebles que fueron arrasados sino de sus espacios y sus huellas. ¿Quién puede indicar dónde Mutis, Humboldt y Bonpland se reunieron en Ibagué en el año 1801? ¿Dónde está la memoria -ahora es el bicentenario de la Independencia-, de los muchos próceres ibaguereños que cayeron en su querella por la libertad? ¿Qué presencia existe de cuando Ibagué alberga a Camilo Torres en el célebre Congreso de las Provincias Unidas de la Nueva Granada? ¿Saben donde fue la sede política y administrativa cuando Ibagué fue por algunos meses capital del país? Si poblacionalmente Ibagué sobrepasa en la actualidad el medio millón de habitantes, es hoy cuando más necesitamos trabajar por nuestra identidad dejando testimonio a la gente que cruza, vive o visita nuestro entorno, en placas y esculturas de tanto acontecer. No es justo que se desconozcan paradigmas y que continuemos homenajeando a los loquitos dejando en el olvido algunos de los hechos y protagonistas reseñados.

sábado, 28 de marzo de 2009

El corazón de Colombia

El corazón de Colombia
Por: William Ospina
HACE CINCUENTA AÑOS, MI PADRE, perseguido por liberal, buscaba un refugio en las montañas del norte del Tolima.
Alguien le habló de Santa Teresa, un corregimiento del Líbano donde todos los hombres eran liberales, y eso bastó para que empacara las escasas medicinas de su farmacia y emprendiera el viaje con su esposa y sus cuatro hijos, tratando de sobrevivir.
El Líbano produjo en mi madre una inconsolable sensación de lejanía, aunque estaba a pocas horas de la tierra de mis abuelos, en el cañón del Guarinó, mirando hacia Caldas. Y Santa Teresa le pareció triste, porque llegamos en uno de esos días en que la niebla lo cubre todo y hay en el cielo como una inminencia de fin del mundo.
Yo tenía cinco años, y mi primer recuerdo del pueblo es una salida con mi hermano Jorge Luis a explorar las calles en uno de los escasos días de sol. Vimos tapiadas las puertas de la iglesia, pero por una pared lateral había un orificio o una puerta rota, y mi hermano, explorador temerario de siete años, me hizo entrar en aquel espacio clausurado. Nunca olvidamos el espectáculo: las hierbas habían brotado del piso, subían enredaderas por las columnas, el altar estaba mordido por la vegetación, un raudal poderoso caía de un agujero del techo, y los santos en sus nichos estaban amortajados en telas de araña. Ahora mi madre me reprocha no haberle contado aquella incursión, aquella visión, pero los niños imprudentes que se atreven a entrar donde está prohibido deben ser cautelosos en el relato de sus aventuras.
Eran años salvajes. Dos temibles leyendas, Desquite y Sangrenegra, comandaban su chusma en las montañas cercanas y cada día ocurrían hechos atroces que nunca vimos, porque los padres evitaban que llegaran a nuestros ojos. Pero los niños lo escuchan todo y el horror nunca visto nos llenó la imaginación.
Recuerdo jinetes armados pasando por calles de niebla, donde volaban rancheras y tristes boleros. Recuerdo el día en que un fragor en el cielo interrumpió las clases y todos salimos a ver la bandada de helicópteros que venía a pacificar la región. En Colombia las soluciones originales de los gobernantes son el eterno retorno de lo mismo. Recuerdo a la numerosa familia Vargas, la lista de cuyos nombres era para mí una canción. Y recuerdo a don Ruperto Beltrán que nos embrujó cada noche con los cuentos que llenaban su memoria, un arte narrativo al que nunca pudo reemplazar la televisión. Los niños esperábamos ansiosos el atardecer para escuchar sus relatos de las Mil y una Noches, de Grimm y muchos otros que después fuimos encontrando en los libros. Pero el cuento mejor no lo encontramos nunca. Años después, cuando intenté visitarlo de nuevo, el viejo Beltrán había muerto, y en 1985, su mujer, mi última esperanza de que alguien conociera el relato, estaba en Armero cuando llegó la avalancha que se llevó hasta la tumba de su marido.
Esto se lo había contado yo hace unos meses a Carlos Orlando Pardo y a Jackie, y lo volví a contar en un libro en homenaje a los maestros, donde me pareció justo mencionar a aquel anciano que me asomó a la literatura. Carlos Orlando vio que la fuente de mis desvaríos literarios eran aquellas vigilias y me propuso que volviéramos al Líbano, cincuenta años después. Invitó a esos queridos escritores y amigos, Héctor Sánchez, Carlos Alberto Celis y Benhur Sánchez, invitó a Jackie y a su pequeña hija, a su madre, la querida Gloria Inés, a Jorge Eliécer y Elsa, a Pablo Pardo y a María Inés Guzmán a un festivo retorno; yo convencí a mis padres y a mi hermano Juan Carlos, y esta semana emprendimos el regreso.
El Líbano, corazón geográfico de Colombia como nos lo ha revelado Yamel López, en una grata tertulia, es una joya escondida. Tal vez sólo el hecho de no estar sobre una carretera central que permita el paso hacia otras regiones, ha asordinado la importancia que tiene para nuestro país. Bastaría una hermosa avenida que haga más tentador el ingreso para devolverle su protagonismo y convertirlo en el destino de muchos viajeros, después de que Armero fue borrado de la tierra. Este protagonismo ha sido sobre todo económico y cultural. Hijo de la colonización antioqueña en tierras del Tolima, el Líbano fue por décadas uno de los más importantes centros de la cultura del café, y tuvo, frente al eje cafetero, la ventaja de estar cerca del río Magdalena, mientras para bajar la cosecha del viejo Caldas fue necesario que los ingleses construyeran el cable aéreo más largo del mundo.
Su comercio directo con Europa posibilitó que por Líbano entraran muchas de las ideas revolucionarias de comienzos del siglo XX y que allí se formara una élite cultural que ha dejado su huella en la cultura colombiana. Desde Isidro Parra, su fundador, Líbano ha sido cuna de ilustres intelectuales, hasta llegar a Eduardo Santa, respetado historiador, Alberto Machado, Germán Arango, y a la generación de escritores y gestores culturales de la que forman parte Germán Santamaría, Gonzalo Sánchez, Carlos Orlando Pardo, Jorge Eliécer Pardo, Manuel Giraldo y Carlos Flaminio Rivera. Y ahora yo me apresuro a sumarme a esa lista, porque generosamente el alcalde Humberto Santamaría me ha declarado hijo del Líbano.
Ha sido hermoso ver a mi padre de 88 años recordar rostros y lugares. Al ex alcalde Malagón le dio un testimonio de los buenos tiempos de antes. Acababa de abrir su farmacia cuando Eusebio Malagón, desconocido para él, después de ver el sitio le dijo: “Esa mercancía que usted tiene no es suficiente, tiene que surtir mejor su negocio”. Mi padre le respondió que era todo lo que tenía en el mundo. Malagón lo trajo al día siguiente hasta Líbano y respaldó el crédito con el que surtiría su farmacia.
Algún día llegaremos a Santa Teresa y a las memorias agazapadas en cada esquina. Mientras tanto, hemos vuelto a una tierra mágica y generosa donde, en medio de las durezas de la historia, grandes y pequeños sólo conservan el recuerdo de perdurables regalos.

viernes, 27 de marzo de 2009

Los Juanes del Tolima

La noticia del lanzamiento de la candidatura al Senado de la República por parte de Juan Mario Laserna y Juan Lozano Ramírez, con amplia ascendencia en el Tolima, nos deja sentir un aire fresco por tratarse de nuevas figuras que nos darán por fin una representación digna en el congreso. Salvo Luis Humberto Gómez Gallo que tuvo una feliz incidencia en los grandes proyectos de desarrollo regional a través de gestiones eficaces, los demás son representaciones pálidas perdidas entre la montonera y sin ningún protagonismo. Casi remotos nos resultan los tiempos en que prohombres verdaderos encarnaban el liderazgo en esta tierra. Por el último medio siglo de vida política en el departamento, podrá verse como una época donde florece la fortaleza de los partidos políticos tradicionales, abunda su atomización y finalmente generan en mucho su crepúsculo, así como advierte el renacer de nuevas opciones políticas y la renovación de jefaturas. Si se examina el paso de quienes han estado con el título de parlamentarios a lo largo de las cinco últimas décadas, nos encontramos que la mayor parte de ellos hicieron historia pero personal. La demostración está a la vista porque buena parte lograron una substanciosa pensión vitalicia pero no presentaron un solo proyecto de ley ni se destacaron en el país. Contados son con los dedos de las manos quienes alcanzaron tal dignidad y generaron beneficios para toda la región por encima de los intereses de grupo o de partido y limitados fueron aquellos que lograron figuración por sus debates enriquecedores en los diversos procesos de interés nacional. No es sino realizar una encuesta tanto entre quienes ejercen hoy la política como entre quienes no, para ver cómo ya nadie recuerda por lo menos al 90% de quienes figuraron en las últimas décadas. Pasaron y posaron como parlamentarios sin pena ni gloria y sólo ellos o de pronto sus familias recuerdan el episodio. De allí que sea fácil al examinar sus hojas de vida y la trayectoria cumplida en el parlamento, tropezarnos con un desempeño simplemente rutinario por no decir mediocre. De otro lado es importante destacar que los jefes de los partidos tradicionales por razón de su trabajo intenso, capacidad de maniobra, aceptación entre la gente y respuesta positiva a parte de sus aspiraciones, lograron permanecer por décadas al frente de sus colectividades concentrando el poder sin que se diera durante ese tiempo movilidad alguna, terminando sus carreras políticas casi a la brava por sustracción de materia, cansancio de los electores, surgimiento de nuevas realidades. Desde el punto de vista político, tanto el Partido Liberal como el Conservador eran organizaciones fuertes, con jefes reconocidos nacionalmente. Colocaban altas cifras en las elecciones que no han vuelto a repetirse, se lograba importante participación en el gabinete nacional y los Institutos descentralizados y se presentaban con verdadera autoridad. Después lo que ha venido es la atomización de los partidos, la conformación de microempresas electorales, el establecimiento de un archipiélago de dirigentes sin respetabilidad en el país, salvo lo alcanzado por algunos al ocupar cargos directivos en el parlamento, concretamente sus presidencias. En términos generales es la mediocratización que deviene en una de las causas por las cuales no tiene el Tolima mejores oportunidades frente al presupuesto nacional y desde luego contribuyen por su causa al atraso y a cultivar el subdesarrollo de la región. De allí que la noticia sobre el lanzamiento al Senado de Juan Lozano Ramírez y Juan Mario Laserna sean positivas.