sábado, 20 de junio de 2009

EL TRIUNFO DE LOS MEDIOCRES

Carlos Orlando Pardo

Alguna vez el respetable profesor y gramático Manuel Antonio Bonilla, le ganó en un concurso a José Eustasio Rivera. El tiempo y la historia dejan cada vez más en el olvido al primero y ofrece el premio de la inmortalidad al autor de La Vorágine. Como ocurre con Juan Rulfo, Jorge Luis Borges o Juan Carlos Onetti que sin el Nóbel forman parte de los clásicos obligados en la literatura en lengua española. El del Tolima es un ejemplo curioso en todos los campos porque en Purificación, por ejemplo, una personalidad trascendente como Eduardo Aldana Valdés, exrector de la Universidad de los Andes y uno de los diez sabios en la comisión de educación que integrara el mismo García Márquez, pierde las elecciones para alcalde ante un politiquero de oficio parroquial. Casos similares ocurren en la música, como acaba de suceder en el concurso nacional de maestros organizado por el Ministerio de Cultura. Un compositor e intérprete de nuestros aires como Rodrigo Silva, integrante del famoso dueto Silva y Villalba y con canciones que repiten de memoria en muchos lugares de Colombia y el mundo, perdió por votos contra una figurita menor que demasiado lejos está de su grandeza y su prestigio. La lista elaborada por los burócratas de la cultura en el Tolima estuvo desde un comienzo hecha de inconsistencias. Uno no puede comparar en historia o antropología a un profesional de la talla de Hermes Tovar con algún autor de folletines en la prensa, ni a William Ospina con un tal Sepúlveda que dice ser el mejor poeta de la tierra. No fue justo que se revolviera al maestro con compositores de cinco o seis temas al estilo de Miguel Ospina o al juguetoncito de medio pelo como el optómetra que dejó de ser optómetra ante el fracaso de su carrera para encarnar a un cantinero. Pero así es la vida de la democracia por Internet donde los desocupados votan y votan por sí mismos, mientras Rodrigo Silva recorre el país ofreciendo recitales y escribiendo canciones que retratan la república y el alma del Tolima. Al fin y al cabo qué más puede pedirse en una patria donde los bandidos de la peor calaña figuran en las primeras páginas de los medios, los asesinos se convierten en gestores de paz y los verdaderos artistas, no los aficionados, tienen su lugar en el infierno de la indiferencia. Qué fatalidad transitoria la de este episodio que pasados los años nadie recordará, mientras Silva y Villalba y en particular Rodrigo, seguirá por el camino de la gloria.

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